Como colofón final de este blog y a modo de despedida, he pensado añadir dos pequeñas reseñas que escribí como colaborador en el blog del club de lectura de la Biblioteca Pública de Soria. Puesto que se trata de dos libros extremadamente interesantes, me ha parecido pertinente la realización de una entrada que diera cabida a ambos. Espero que hayáis disfrutado de vuestro paso por este blog a lo largo de sus 17 entradas, y que por lo menos os haya contagiado en cierta medida mi pasión por la lectura. ¡Hasta la próxima!
(si tenéis interés en conocer el blog mencionado del cuál extraigo las dos colaboraciones que realicé, visitad: http://clublecturasoria.wordpress.com/)
TRAPIELLO, Andrés. "Ayer no más"
Andrés Trapiello es un excelente
escritor, capaz de articular una novela bien escrita y bien planteada con
dominio del lenguaje y facilidad para desarrollar una buena historia.
En este libro el protagonista principal, José Pestaña,
catedrático de universidad, con varios libros sobre la Guerra Civil, en la que
lleva trabajando muchos años, regresa a León, su ciudad natal, obligado por su
situación familiar.
En primera persona relata cómo deberá enfrentarse al
conflicto personal que, desde hace cuarenta años, sostiene con su progenitor,
fascista, autoritario y violento, enriquecido de manera fraudulenta durante la
guerra por una incautación que le ha permitido llevar una vida deshogada.
Con 86 años sigue manteniendo su orgullo por haber participado en la contienda y, en claro desprecio por el trabajo de su hijo, sin ningún empacho, es capaz de declarar refiriéndose a los libros: “No he leído ninguno y tampoco me ha ido tan mal”.
Un día, después de meses de escasa y fría relación entre ellos, se encuentran, por azar, en la ciudad. Comienza a llover y se protegen contra la pared de un edificio. Al poco se les une un hombre que, tras breve charla, sorprendentemente, identifica y acusa al anciano de ser el asesino de su padre, al inicio de la guerra, y recuerda el momento en que ocurrió porque él, niño entonces de 9 años, lo acompañaba y asistió al brutal acontecimiento.
Antes de aceptar tal acusación Pestaña, que ha asistido mudo y sin implicarse en la escena, quiere investigar el hecho y guardar el secreto mientras intenta hablar con su padre buscando su confesión aunque como él irónicamente dice “la guerra civil española es la única de la Historia en la que nadie ha matado a nadie”.
Enterada del asunto la Agrupación Local de la Memoria Histórica de León, de la que son miembros destacados dos profesores compañeros suyos de la Universidad, se producen una serie de acciones de naturaleza éticamente reprobables encaminadas a descubrir el nombre del asesino y la posterior acusación. El autor presenta a estos dos personajes de una forma exagerada, aunque puedan ser reconocibles, como seres deleznables que en realidad buscan un provecho personal con la colaboración de los medios de comunicación, siempre alertas al amarillismo y sin consideración por las víctimas.
Mientras tanto su padre ha comenzado a escribir para contarles a sus nietos “su verdad” sobre lo que ocurrió y se nos descubre también en toda su maldad.
Todo esto sirve para que el autor, por boca de su protagonista, inicie una serie de reflexiones donde, siguiendo la tendencia de esos medios de comunicación que denuncia, nos retrate el ambiente anterior a la guerra con afirmaciones de que el deseo de violencia era por igual en los dos bandos:
“… los rojos porque venían de una situación de miseria y explotación lacerantes, y los otros, porque temían que los revolucionarios no se iban a contentar con quedarse sus tierras, sus casas y sus industrias, sino que iban directamente a por sus vidas, tal y como les habían contado que había sucedido en Rusia”
Esto le lleva a presuponer que, como “hubo terror en los dos bandos” “si hubiese sido la República la que hubiera ido conquistando territorio quizá habría sucedido lo mismo”
Acusa a republicanos y rebelados de “pedir responsabilidades jamás a los suyos, sino sólo a los contrarios”
Después de asistir a una conferencia de un filósofo a quién acompaña por tener amigos comunes y en diálogo entre los dos se habla de que “la cifra exacta [de víctimas] puede ser lo de menos”, que “el número no es esencial” y que “la memoria histórica honra a las víctimas, pero tiene esta desventaja: si la Historia es siempre una reconstrucción incompleta y problemática de lo que ya no es, la memoria colectiva deforma el pasado, mintiendo lo que no conviene recordar o alimentando los deseos de venganza.”
Con el argumento de que “no se puede vivir sin recordar pero, para sobrevivir hace falta el olvido” y “porque somos sus víctimas [de la guerra civil], sin haberla hecho” se llega a considerar que “para contar lo que sucedió no sirve la Historia; “sólo la novela puede hacer algo por la verdad; incluso “la verdad en una guerra no existe”
¿Verdaderamente la Historia no vale la pena? ¿Mejor novelar?
La Ley de la Memoria Histórica resultó ser absolutamente insuficiente al no incluir la intervención directa del aparato del Estado en la investigación de la represión pero hay que tener presente que de acuerdo con la propia ONU (Resolución 1996/119 de 2 de octubre de 1997) en España siguen sin cumplirse, en relación con sus víctimas y sus familiares de la represión franquista, el derecho a saber, el derecho a la justicia y el derecho a obtener reparación.
De todos modos se consigue un final acertado de la novela donde el autor escribe una novela con el título “Ayer no más” y nos descubre un personaje, del que nos había hablado antes, que no es un niño pero casi: un adolescente que nos produce la misma ternura que aquel que vio cómo asesinaban a su padre y después de tantos años descubre a su asesino y aquel otro, él mismo, que un día encuentra una fotografía suya con 6 o 7 años al lado de su padre.
Con 86 años sigue manteniendo su orgullo por haber participado en la contienda y, en claro desprecio por el trabajo de su hijo, sin ningún empacho, es capaz de declarar refiriéndose a los libros: “No he leído ninguno y tampoco me ha ido tan mal”.
Un día, después de meses de escasa y fría relación entre ellos, se encuentran, por azar, en la ciudad. Comienza a llover y se protegen contra la pared de un edificio. Al poco se les une un hombre que, tras breve charla, sorprendentemente, identifica y acusa al anciano de ser el asesino de su padre, al inicio de la guerra, y recuerda el momento en que ocurrió porque él, niño entonces de 9 años, lo acompañaba y asistió al brutal acontecimiento.
Antes de aceptar tal acusación Pestaña, que ha asistido mudo y sin implicarse en la escena, quiere investigar el hecho y guardar el secreto mientras intenta hablar con su padre buscando su confesión aunque como él irónicamente dice “la guerra civil española es la única de la Historia en la que nadie ha matado a nadie”.
Enterada del asunto la Agrupación Local de la Memoria Histórica de León, de la que son miembros destacados dos profesores compañeros suyos de la Universidad, se producen una serie de acciones de naturaleza éticamente reprobables encaminadas a descubrir el nombre del asesino y la posterior acusación. El autor presenta a estos dos personajes de una forma exagerada, aunque puedan ser reconocibles, como seres deleznables que en realidad buscan un provecho personal con la colaboración de los medios de comunicación, siempre alertas al amarillismo y sin consideración por las víctimas.
Mientras tanto su padre ha comenzado a escribir para contarles a sus nietos “su verdad” sobre lo que ocurrió y se nos descubre también en toda su maldad.
Todo esto sirve para que el autor, por boca de su protagonista, inicie una serie de reflexiones donde, siguiendo la tendencia de esos medios de comunicación que denuncia, nos retrate el ambiente anterior a la guerra con afirmaciones de que el deseo de violencia era por igual en los dos bandos:
“… los rojos porque venían de una situación de miseria y explotación lacerantes, y los otros, porque temían que los revolucionarios no se iban a contentar con quedarse sus tierras, sus casas y sus industrias, sino que iban directamente a por sus vidas, tal y como les habían contado que había sucedido en Rusia”
Esto le lleva a presuponer que, como “hubo terror en los dos bandos” “si hubiese sido la República la que hubiera ido conquistando territorio quizá habría sucedido lo mismo”
Acusa a republicanos y rebelados de “pedir responsabilidades jamás a los suyos, sino sólo a los contrarios”
Después de asistir a una conferencia de un filósofo a quién acompaña por tener amigos comunes y en diálogo entre los dos se habla de que “la cifra exacta [de víctimas] puede ser lo de menos”, que “el número no es esencial” y que “la memoria histórica honra a las víctimas, pero tiene esta desventaja: si la Historia es siempre una reconstrucción incompleta y problemática de lo que ya no es, la memoria colectiva deforma el pasado, mintiendo lo que no conviene recordar o alimentando los deseos de venganza.”
Con el argumento de que “no se puede vivir sin recordar pero, para sobrevivir hace falta el olvido” y “porque somos sus víctimas [de la guerra civil], sin haberla hecho” se llega a considerar que “para contar lo que sucedió no sirve la Historia; “sólo la novela puede hacer algo por la verdad; incluso “la verdad en una guerra no existe”
¿Verdaderamente la Historia no vale la pena? ¿Mejor novelar?
La Ley de la Memoria Histórica resultó ser absolutamente insuficiente al no incluir la intervención directa del aparato del Estado en la investigación de la represión pero hay que tener presente que de acuerdo con la propia ONU (Resolución 1996/119 de 2 de octubre de 1997) en España siguen sin cumplirse, en relación con sus víctimas y sus familiares de la represión franquista, el derecho a saber, el derecho a la justicia y el derecho a obtener reparación.
De todos modos se consigue un final acertado de la novela donde el autor escribe una novela con el título “Ayer no más” y nos descubre un personaje, del que nos había hablado antes, que no es un niño pero casi: un adolescente que nos produce la misma ternura que aquel que vio cómo asesinaban a su padre y después de tantos años descubre a su asesino y aquel otro, él mismo, que un día encuentra una fotografía suya con 6 o 7 años al lado de su padre.
GÓNZALEZ SAÍNZ, J.Á. "Ojos que no ven"
González
Sainz nos regala una extraordinaria novela, dura y concisa, con una galería de
personajes admirablemente configurados en un entorno plenamente reconocible.
Felipe Díaz Carrión regresa a su huerto y a su pueblo natal después de que, veinte años atrás, tuviera que emigrar “al norte” buscando la vida y el futuro para su familia al perder su trabajo en una imprenta.
Asistimos con él a una transformación radical de parte de su familia en una sociedad muy distinta. Empleado fijo en una fábrica de productos químicos contempla, con asombro, la integración “a la perfección” de su esposa Asun y de su hijo mayor en una ambiente que a él le resulta hostil e intimidatorio.
Desde
muy pronto Juan José, su hijo mayor, parece querer “presumir de amistades” (un
cura joven, un concejal del ayuntamiento), en un intento, quizá, por subir a
una clase social distinta de la que le corresponde por su padre, obrero como
tantos otros, y por su origen, que lo alejará irremediablemente de sus raíces.
Él mismo procura mantener contacto con sus compañeros acudiendo a un bar que muy pronto cambiará de dueño y de ambiente haciendo imposible ya su asistencia.
Únicamente su hijo pequeño –Felipe Díaz también- será un refugio para él en sus salidas al campo (padre e hijo) en busca de plantas para completar un herbario.
Los problemas de convivencia con el hijo mayor culminan con la marcha a Francia de Juan José –“a trabajar” le dice Asun- coincidiendo con el secuestro del socio principal de la fábrica donde trabaja Felipe. Sin saber cómo, voluntariamente, durante un año, “por pura decencia”, acudirá con otros compañeros a la plaza mayor de la localidad para solicitar, en silencio, su libertad. Sin dejarse intimidar por amenazas e insinuaciones violentas que a muchos les han hecho claudicar y abandonar, Felipe resistirá hasta la liberación del secuestrado soportando, incluso, una paliza en la puerta de su casa.
Por entonces su esposa ya ha abandonado el hogar “avergonzada” por la actitud de su marido.
Cuando la fábrica, resentida en su actividad por el secuestro del economista ahora liberado, pase a otras manos y se inicie un proceso de jubilaciones anticipadas, Felipe decidirá volver al pueblo y abandonar esa atmósfera de violencia.
Pero, como él dice “nunca es fácil seguir viviendo” y también en su aldea natal recuerda, con horror, rememorando a su padre, el tiempo en que unos pistoleros falangistas, envalentonados con la victoria en la guerra, “ajustan cuentas” y llenan de terror espacios naturales que ya nunca serán lo que eran.
En una visita de su hijo menor descubrirá cómo la violencia se ciega en su alrededor y se llegará al desenlace final. Ha habido muchos “ojos que no ven” o que no han querido ver en toda su vida.
Felipe Díaz Carrión regresa a su huerto y a su pueblo natal después de que, veinte años atrás, tuviera que emigrar “al norte” buscando la vida y el futuro para su familia al perder su trabajo en una imprenta.
Asistimos con él a una transformación radical de parte de su familia en una sociedad muy distinta. Empleado fijo en una fábrica de productos químicos contempla, con asombro, la integración “a la perfección” de su esposa Asun y de su hijo mayor en una ambiente que a él le resulta hostil e intimidatorio.
Él mismo procura mantener contacto con sus compañeros acudiendo a un bar que muy pronto cambiará de dueño y de ambiente haciendo imposible ya su asistencia.
Únicamente su hijo pequeño –Felipe Díaz también- será un refugio para él en sus salidas al campo (padre e hijo) en busca de plantas para completar un herbario.
Los problemas de convivencia con el hijo mayor culminan con la marcha a Francia de Juan José –“a trabajar” le dice Asun- coincidiendo con el secuestro del socio principal de la fábrica donde trabaja Felipe. Sin saber cómo, voluntariamente, durante un año, “por pura decencia”, acudirá con otros compañeros a la plaza mayor de la localidad para solicitar, en silencio, su libertad. Sin dejarse intimidar por amenazas e insinuaciones violentas que a muchos les han hecho claudicar y abandonar, Felipe resistirá hasta la liberación del secuestrado soportando, incluso, una paliza en la puerta de su casa.
Por entonces su esposa ya ha abandonado el hogar “avergonzada” por la actitud de su marido.
Cuando la fábrica, resentida en su actividad por el secuestro del economista ahora liberado, pase a otras manos y se inicie un proceso de jubilaciones anticipadas, Felipe decidirá volver al pueblo y abandonar esa atmósfera de violencia.
Pero, como él dice “nunca es fácil seguir viviendo” y también en su aldea natal recuerda, con horror, rememorando a su padre, el tiempo en que unos pistoleros falangistas, envalentonados con la victoria en la guerra, “ajustan cuentas” y llenan de terror espacios naturales que ya nunca serán lo que eran.
En una visita de su hijo menor descubrirá cómo la violencia se ciega en su alrededor y se llegará al desenlace final. Ha habido muchos “ojos que no ven” o que no han querido ver en toda su vida.
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