Las sospechas, las dudas, las
deslealtades; el engaño, el azar, el silencio; lo que pudo haber sido y no fue;
lo que queremos saber pero nos da miedo saber…
“No he querido saber, pero he
sabido…” Así empieza (y de forma similar
empiezan muchas de sus novelas) “Corazón tan blanco” e, inmediatamente, nos relata un hecho trágico, impensable entre
los que asisten a él y por el que girará toda la novela, hasta saber su
significado y su causa al final.
Grandes coincidencias y
personajes, en parecidas situaciones, se entremezclan en las historias que
convergen en la cita de “Macbeth” de donde se saca el título de la novela: “Mis
manos son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un
corazón tan blanco”
Además de esta cita también
leeremos varias veces “I have done the deed”, “Lo he hecho” “He sido yo” y, sobre todo,
asistiremos a ese momento en que Lady Macbeth, detrás de su esposo, instiga y
provoca su ambición.
Reiteradamente en la novela se
nos recuerda la importancia del que, estando detrás, a la espalda, tranquiliza
con su mano a la persona amada, la protege (incluso en la cama, donde se puede
volver y encontrarse acompañado y besarse “lo besable” de la cara), lo mismo
que las cancioncillas, que recuerda el narrador de su infancia, calman y
ayudan, a pesar de su ferocidad, a superar el miedo. El primer contacto que
tendrá con su futura mujer, precisamente, es así: ella es la intérprete de
guardia (intérprete red, “la red”) que se pone tras él en la hilarante
conversación de los adalides.
Pero desde la espalda,
sugiriendo, dejando caer, se puede decir, incluso frívolamente, sin pensar,
algo que desencadenará actos terribles.
Luego, como en "Macbeth", se
insistirá en que no hay que torturarse, que “los dormidos, como los muertos, no
son sino pinturas”. Ella, en efecto, también tiene sangre en las manos, aunque,
claro está, no “lo ha hecho”, tiene el corazón blanco.
Juan, cuyo nombre no se dice
hasta la página 326, es un traductor e intérprete, recién casado, obsesionado
con la verdad, su trascendencia o no en la vida de las personas (“…las
personas que guardan secretos durante mucho tiempo no siempre lo hacen por
vergüenza o para protegerse a sí mismas, a veces es para proteger a otros”). Le
persigue una “sensación de desastre”,
una inquietud ante el futuro, agudizada por la conversación mantenida con su
padre el día de su boda, cuando éste le pregunta: "¿Y ahora qué?" y le aconseja: “Cuando tengas secretos o si ya
los tienes, no se los cuentes”.
En su vida se van produciendo
acontecimientos fortuitos que le recuerdan situaciones perturbadoras. Las historias, aunque
tengan como protagonistas a otros,
recaen en él directamente y lo implican en su resolución (Miriam, Berta,
Teresa…); todas tienen elementos comunes (el tirante del sostén, el tarareo de
una cancioncilla, la obsesión por los pies, la referencia al cine y a algún
actor, la ironía y el humor que desprenden algunos momentos) y en todas
encontramos un villano o estafador o falsificador , incluso alguien que usa su dinero
para obligar a otras personas a trasladarse a otro sitio, donde no le molesten
(el organillero y su mujer).
Javier Marías es capaz de unir
una historia tan curiosa como la del cuadro de Artemisa, de Rembrandt, en el
Museo del Prado, con un fuego de consecuencias funestas, con un servicio de
contactos en Nueva York o una situación grotesca en La Habana. Todas las situaciones
las resuelve estupendamente dándoles giros insospechados. Es ahí donde reside el carácter insólito de "Corazón tan blanco".
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