GENET, Jean. "El Balcón"



El Balcón es el nombre de una casa de citas, de un burdel, que tiene un balcón que da a la calle y en el que los clientes acuden allí para satisfacer sus fantasías eróticas ayudados por las chicas que trabajan allí. La dueña del burdel es Irma.

Enseguida el lector se encuentra con tres personajes que acuden al burdel a travestirse de tres figuras que representan el poder y el orden social: el Obispo, el Juez y el General. Y todas las actuaciones (el teatro dentro del teatro como veíamos en El Público) se llevan a cabo en habitaciones privadas, cada una de ellas decorada con gran cantidad de detalles para reflejar fielmente la realidad que  se está representando.

El lector asiste desde el comienzo de la obra de Jean Genet a un juego de equívocos entre la realidad y la ficción. Para evitar que la parodia que están representando se confunda con la realidad, siempre tiene que haber algo que se refiera a lo verdadero, a lo real. Por ejemplo, el falso obispo ve en la pecadora “en sus ojos, el deseo goloso del pecado”. Irma, la dueña les dice a las chicas que “todo tiene que ser lo más auténtico posible… menos algo indefinible que hará que no sea cierto”, así de esta manera los clientes saben que en algún momento tienen que volver a la realidad “pararse e incluso retroceder”.

Y mientras en el interior del burdel asistimos a estas representaciones teatrales, en el exterior, se está llevando a cabo una revolución contra el poder establecido. El autor Jean Genet juega siempre al equívoco y el lector no sabe en ocasiones si el ruido, los golpes, provienen de la calle o del propio burdel. Otra vez realidad y ficción se confunden.

Una de las prostitutas –Chantal- ha sido convencida por un revolucionario –antiguo fontanero del burdel- que se ponga al frente de la revolución, abanderándola como si de una heroína se tratara. Al burdel acude el Jefe de Policía con la noticia de que los representantes del poder establecido han desaparecido o han muerto o han huido. Es el Jefe de Policía, amigo de Irma, el que representa ahora el mantenimiento del orden. Este personaje es auténtico porque hasta ahora en el burdel no ha pedido ningún cliente ser prefecto de Policía; sobre esta cuestión de si existe o no un doble suyo, pregunta insistentemente el Policía. “No, querido amigo…, tiene usted que resignarse: su imagen aún no forma parte de la liturgia del burdel.” le responde Irma

El Delegado de la Corte acude al burdel para informar sobre los acontecimientos: el prelado ha sido decapitado, el palacio del arzobispo saqueado… la reina ha sido también neutralizada: “¿Ha muerto la reina?” pregunta el Policía al Delegado “Ronca y no ronca. Su cabeza minúscula sostiene sin moverse una corona de metal y piedras” contesta éste impasible.

Y es entonces cuando el Delegado propone lo que el lector ya está esperando, convirtiendo la ficción en realidad: Irma representará a la reina y los falsos obispo, juez y general suplantarán a los auténticos ante el pueblo haciendo fracasar de esta manera la revolución. Pero antes hay que asesinar a Chantal…

El final de la obra resulta sorprendente y verdaderamente cómico. El fontanero, amigo de Chantal, se ha convertido desde la muerte de ésta en símbolo de la revolución y pide encarnar la figura de Jefe de Policía. Se le dan todos los atributos para que se convierta en un falso Prefecto y entonces ante todos los presentes se automutila, castrándose. El Jefe de Policía quiere ser Único, no se conforma con ser “el reflejo número cien mil de un espejo sino el Único en el que otros cien mil quieren fundirse”. Y ese símbolo único que él ha elegido para que lo represente va a ser un falo gigante.

La presencia del doble, los espejos y las máscaras de la casa de Irma en la que todo es falso producen en el lector la impresión de artificialidad de la realidad. Por tanto, a lo largo de toda la obra y en especial a través de estos elementos se pone de manifiesto una reflexión sobre el concepto de “representación” que tiene como objeto la demostración del carácter difuso existente entre lo que es real y lo que no. De esta forma, existirá un juego constante entre realidad e ilusión, trasladado de forma permanente al lector, que llegará a tomar parte del mismo a través de una postura de carácter vouyerista.

Por tanto, y al igual que el lector, los clientes acudirán a El Balcón para buscar las apariencias, las ilusiones. Del mismo modo que el teatro es ficción, la vida real también es engañosa; no podemos estar seguros por tanto de lo que es real o ilusorio en la misma.

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